Alguien definió una vez al sector mejillonero como un gigante con los pies de barro. Lo dijo en un momento en el que las guerras internas provocaban un reguero de escisiones de Opmega, la organización de productores que representaba a la inmensa mayoría de las bateas gallegas. De eso pasaron ya años. Y la situación no solo no ha mejorado, sino que la atomización es cada vez mayor. Solo en Barbanza hay diez agrupaciones distintas de bateeiros, conviven tres organizaciones de productores (están por encima de las agrupaciones) y hay numerosos empresarios que venden por su cuenta. Esta división, en tiempos de bonanza, se sobrellevaba a duras penas. Ahora, directamente, se atraganta.

Barbanza es el retrato perfecto de esa división. En Rianxo hay dos agrupaciones; en Boiro seis; en A Pobra dos; en Muros una. Hace unos años, aunque existía también un amplio abanico de asociaciones, casi todas pertenecían a alguna organización de productores. Es decir, que había entidades de peso que ponían orden en el mercado. Opmega o sus antecesoras, por ejemplo, llegaron a representar a unas 2.000 de las 3.000 bateas que hay en toda Galicia. Pero ahora las cosas no son así.

Opmega, que sigue siendo la organización mayor, solo tiene asociadas 800 mejilloneras. En el norte de la ría arousana y en Muros están ligadas a esta entidad cinco agrupaciones. Con la Federación Norte, que también llegó a tener un peso importante, más de lo mismo. Fue sufriendo una hemorragia paulatina y ya solo representa a una agrupación importante en Barbanza. Y peor es el caso de Agame, otra veterana, que según sus gestores está «morta».

Además, y según indican los presidentes de las agrupaciones, la puntilla a esta segmentación la ponen las decenas de productores que, o bien venden en solitario o fueron constituyendo pequeñas sociedades. ¿Por qué es negativa la fragmentación? Solo hay que aludir a la máxima de que la unión hace la fuerza y la desunión? más bien lo contrario.

Quizás por ello, se pregunte lo que se pregunte a los presidentes de las agrupaciones, todos acaban citando la división en la que llevan años instalados. Aunque, un poco hartos de tirar piedras contra su tejado, la mayoría prefieren pasar por ese tema de soslayo y centrarse en el pasado más reciente. En el presente. Y también en el futuro. Del pasado hablan, sobre todo, para destacar lo esquivo que fue el 2012 en cuanto a facturación. Les dan la razón los datos. 

Según la Xunta, el año pasado el mejillón gallego facturó 94 millones de euros, frente a los 112 del 2011. Este ejercicio las sensaciones son algo mejores. Hay cierta confianza en la recién iniciada campaña de la industria, se espera que el mercado de fresco mantenga el tipo y, sobre todo, hay puestas esperanzas en la exportación. Se espera que Francia siga comportándose bien y que Italia demande más bivalvo que en el 2012.

El problema es que los productores se están llevando continuos varapalos relacionados con la madre naturaleza. Este verano la toxina se encargó de aguar la fiesta. Hubo un episodio de marea roja prolongado, que aún sigue en la ría de Muros-Noia. Luego, bien porque a causa de la toxina el mejillón estuvo colgado mucho tiempo, por una anémona que se multiplicó o porque las aguas estuvieron o están aún demasiado calientes, el mejillón se suelta y se va al fondo del mar. Voces autorizadas señalan que «non hai tanto mexillón nas bateas como se pensa» y que es probable que llegue diciembre y haya más demanda que oferta.

Coinciden los líderes del sector en que, con la naturaleza revuelta y la crisis empujando, no es hora de seguir peleando, sino de salvar el año. A ver si es así. Y el mejillón deja de ser enemigo de sí mismo. Sobre todo, porque se avecinan retos. Portugal quiere dar la campanada en cultivo de bivalvo; Chile sigue ahí e incluso Andalucía quiere subirse al carro? Es decir, la competencia parece dura. Eso sí, la gran baza está clara: la calidad del bivalvo, el mejor que se produce en el mundo.

Las sensaciones este año son mejores que en el 2012, y la gran baza es exportar.